viernes, 17 de junio de 2011

Articulo del Diario de Tarragona

El  Gatopardismo y los incidentes del “Parlament”
Luis Fernando Valero
Había pensado titular este comentario con la frase “Estamos jodidos” entendiendo que la interjección, fuera comprendida  como la señala el diccionario de la RAE, en la acepción 3ª del verbo: Destrozar arruinar, echar a perder, y así mismo como interjección, que el mismo RAE la señala como:“enfado, irritación , asombro.
Pero pensándolo bien, oyendo algunos comentarios y leyendo algunos artículos creo que la jugada le ha salido perfecta a la clase política e inmediatamente me he acordado  de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, aquel que dijo:"Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi", es decir: el "cambiar todo para que nada cambie”, en El gatopardo.
Parecía que la clase política estaba  arrinconada como ha señalado Belén Barreiro:” Este malestar se manifiesta en un rechazo nítido hacia la clase política y los partidos, hasta el punto de que la política no se percibe como solución sino como problema. La política, los partidos y la corrupción preocupan hoy a la ciudadanía cuatro veces más que el terrorismo, seis veces más que la educación, ocho veces más que la sanidad y la vivienda y 20 veces más que la justicia o la violencia de género.“ El País,16/6/2011.
Pero  las lanzas se han convertido en cañas, debido a un inmenso error de bulto, cometido por unos “jóvenes indignados” que ingenuamente se han dejado comer el mandado, aunque también cabe pensar, la clase política no podía permitir seguir estando en el candelero negativo y había que actuar y para ello nada mejor que dejar crecer con permisividad, buenismo, comprensión, “con sí… pero…”, “sería bueno que…” y por qué no, con algún que otro empujoncito, para que se cocieran en su propia salsa;  lo que parecía un movimiento que era aceptado por mucha de la sociedad española, hoy está deslegitimado por mor de unas acciones totalmente reprobables y algunas de ellas mezquinas y sangrantes, ya que es  obvio nadie puede justificar que le pinten la cabeza a un diputado, o le pongan una X en la gabardina a una diputada, como estrella sediciosa de malos recuerdos en la memoria colectiva, pero lo que clama al cielo para cualquier bien nacido es que le quisieran quitar el perro lazarillo a un diputado ciego, para ser ya sangrón y sarcástico, y espero que me entienda el lector, como dice un amigo mío: a no ser que lo confundieran con un “perro policía”.
Estas acciones incomprensibles y reprobables, han hecho que la clase política se rearmara de dignidad y de valor democrático, más aún, reclamara la legítima violencia legal.
El pueblo que tiene flaca memoria se olvida que hace un mes estos “jóvenes indignados” eran unos Robin Hood de la democracia, hoy, vuelven a ser unos bandidos cualesquiera  que se pasean, por el ,Bosque de Sherwood y de Barnsdale  en Nottingham(Plaza de Cataluña, Plaza del Sol…” como los llamó el Rey Eduardo II
Hay quien ha escrito que esta jugada estaba muy bien pensada: “La pasividad de Felip Puig no fue desatención o negligencia sino cálculo político astuto e irresponsable: desertó del deber de proteger a los parlamentarios ante la amenaza conocida y ya visible. Pero prefirió no actuar. El resultado de su inhibición forma parte de la estrategia retadora del personaje: ha dejado actuar a los jóvenes movilizados para justificar ante las cámaras y en horarios de máxima audiencia que la única manera de actuar contra los descontentos, indignados o rebeldes sociales puros es la violencia. Y  Artur Mas salió enseguida, en discurso solemne, hablando de violencia callejera y del traspaso inadmisible de las líneas rojas.”Jordi Gracia. El País.16/6/2011
Y ahora qué se preguntan los  ,millones de desempleados, los médicos, las enfermeras, las maestros, los profesores, los mediadores sociales…, no cabe más que aguantar que los políticos, ya legitimados, cercenen la educación y la sanidad con 1.200 millones menos, que las operaciones pasen de  esperar de 5.3 meses a 8 meses o que aquel diabético, que ya le cercenaron la pierna hasta el muñón, no le pueden operar para implantarle una prótesis en la cadera que se le ha gastado, y que le impide ir con muletas, por que no es urgente, y solo le cabe la solución de romperse la cadera adrede o hacerse un accidente para poder tener derecho a una prótesis de urgencia que le permita volver a andar con muletas con la única pierna que le queda, porque los recortes que hacen los políticos, democráticos elegidos, no pueden ser cuestionados y todo porque unos indignados jóvenes, han caído en la provocación o en la irresponsabilidad.
Y  uno ya jubilado observa cómo cada vez le cortan más su jubilación, legalmente y cada vez le suben más sus impuestos, legalmente, los políticos democráticos, que  han hecho verdad, una vez más, aquello  que dicen inspiró, Giuseppe Tomasi, Príncipe de Lampedusa y Duque de Palma di Montechiaro. “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi"

Artículo Ovejero

Ha habido reacciones para todos los gustos ante las movilizaciones del 15-M. Pero en casi todas ellas, incluso entre los simpatizantes, era común una parecida actitud: la suficiencia. Comentaristas resabiados no han dudado en echarse unas condescendientes risas a cuenta de la ingenuidad o la ignorancia de los que en las plazas españolas se reunían a discutir sobre cuestiones políticas. Lo mismo que en la radio hacen muchos de ellos cada mañana. A no pocos les llevo yo inventariada una lista de predicciones erradas, no ya de resultados electorales, sino de premios Nobel de Biología, final del terrorismo o fechas de salida de la crisis. Resultaría interesante llevarles la cuenta y publicarla al final del año. En condiciones normales de decencia, deberían retirarse de la profesión y esconderse por las esquinas no sea que la ciudadanía los reconozca. Sin ir más lejos, en los últimos meses, a propósito de Fukushima, Egipto o Bin Laden, hemos visto sostener una opinión y la contraria en apenas 24 horas. Las dos opiniones, naturalmente, con la misma rotundidad. Con ese historial y ese aplomo han despachado las opiniones de quienes han levantado la voz sin otra plataforma que la pública deliberación de sus problemas.
No vale contraponer sin más la opinión de las gentes a la competencia intelectual de los informados. No ya porque los opinadores de nómina pocas veces acuden a los expertos para formar sus juicios, sino porque a los expertos también hay que tomárselos en dosis homeopáticas cuando pasan de las musas al teatro y se sueltan a opinar sobre el día a día. Hace pocos años, en un justamente famoso estudio, Phillip Tetlock invitó a cerca de 300 investigadores a realizar predicciones acerca de asuntos económicos y políticos, muchos de su negociado. Al final disponía de 82.361 asignaciones de probabilidad sobre hipotéticos acontecimientos futuros. El resultado, cumplido los plazos, para cortarse las venas: no mejoraban al simple azar. Vamos, los mismos que un mono borracho apretando botones. Así que, modestia. Que aquí andamos todos a tientas.
El problema no es de la ciencia. Para mostrar que los resultados son menos seguros de lo que se cuenta no hay otro camino que más y mejores resultados. Cuando David H. Freedman, reputado estadístico, defendía en un artículo citado en mil lugares la investigación cualitativa, el trabajo del investigador sobre el terreno, que conoce en directo las cosas, apelaba a argumentos atendibles por los estadísticos, a las limitaciones de los modelos de regresión para abordar muchos asuntos sociales. No dudaba de la ciencia, sino de los científicos. Las teorías no se debilitan por las tonterías de quienes las invocan. Mientras la teoría de la evolución parece razonablemente firme, lasaplicaciones sin cuento para explicar cualquier cosa, desde un atentado terrorista hasta los trastornos de DSK, son simple novelería. Día sí y otro también lo que no pasan de ser —y en ocasiones no pueden dejar de ser— conjeturas más o menos ingeniosas se empaquetan en libros de divulgación y se facturan editorialmente como ciencia fetén. Desde luego, mejor eso que Paulo Coelho. Pero el lector ha de saber que no se enfrenta a las leyes de la termodinámica.
A veces, alguien se entretiene en mostrar que aquello es un fraude, como para su infortunio le sucedió hace un año a Marc Hauser, psicólogo evolucionista en Harvard, cuyas investigaciones mostraron tener más trucos que el cinturón de Batman. Pero eso, que te saquen los colores, pasa pocas veces. No porque falten tramposos o equivocados, sino porque resulta fatigoso y poco agradecido emplearse en tales menesteres, entre otras razones porque nadie dedica tiempo y recursos a desmenuzar las entretelas de las investigaciones ajenas, por ejemplo, en reproducir experimentos que llevan años. El coste de oportunidad de tales empeños es un congo. Los dineros acuden al que hace promesas no al que se dedica a derribar las ajenas. No poca de la ciencia que nos asombra a diario en los periódicos se nutre del material de los sueños. Recuérdenlo la próxima vez que lean esa coletilla “estos resultados constituyen una promesa para”. Pero, claro, sin la promesa, que no hay manera de emplazar en fecha y términos precisos, no hay dinero.
En Inside job, la película sobre la crisis financiera, por debajo de las trampas retóricas, que no faltan, asoma una descripción moral de los economistas que, entre otras cosas, invita a la reflexión acerca de los sistemas de incentivos de la profesión. Y de sus códigos deontológicos. Quizá sea cosa de poner en el frontispicio de las Facultades de Economía la sabia recomendación de Keynes: “Los economistas deberían ser como los dentistas, unos profesionales que se preocupan de hacer bien las cosas, con eficacia y humildad”. Por supuesto, ejemplos de bien hacer no faltan. Sin ir más lejos, en los días que siguieron a la ocupación de las plazas, en el interesante blog de economía Nada es Gratis, Luis Garicano, profesor de la London School of Economics, inició un franco debate con algunos “indignados”. Escuchaba y era escuchado. Es cierto que en esas mismas páginas, alguna vez, aparecen tonos ensoberbecidos y da la impresión de que, al avanzar por las líneas de menor resistencia política, se evitan algunos problemas de nuestra economía de esos que “hieren sensibilidades”, pero, con todo, el ejemplo, que no es único, debería cundir.
Las dudas no se limitan a las disciplinas inseguras. En un libro recientemente traducido al español, Equivocados, David H. Freedman, hace un exhaustivo repaso de los fallos, descuidos y deshonestidades en distintos campos de la investigación. Aunque por allí concurren todos los gremios, a quien más le luce el pelo es a los investigadores médicos. Ante la proliferación, bien documentada, de promesas falsas, resultados endebles, tesis contradictorias, mediciones irrelevantes y estadísticas frágiles, la primera tentación es enfilar hacia el desierto. De hecho, en ese ámbito, hay especialistas en evaluar especialistas, en reconocer patrones regulares en los errores. También hay conjeturas para entender las patologías. Casi todas ellas mencionan, además de unos recurrentes sesgos cognitivos, comunes a todos los mortales, a no atender a la información que no encaja con las propias opiniones, a desechar datos inconvenientes, a la falta de coraje para discrepar y a apuntarse a la corriente, otras cosas bastante peores como el interés mezquino y la corrupción, que hay mucho dinero en juego. Sencillamente, pace los clásicos, la sabiduría no es la santidad. Al menos la sabiduría de los investigadores.
Por supuesto, tampoco la Puerta del Sol era la Academia de Platón. Ante todo, había una queja, una defensa de intereses normalmente desatendidos, entre ellos los de unos jóvenes condenados a miserables salarios, largos periodos de desempleo y a desperdiciar sus talentos. Pero también había ganas de discutir y de entender, de hacer propuestas. No está mal. De la discusión, entrenada, surgen las ideas: Merton nos enseñó que, en su mejor versión, las comunidades científicas eran comunismo cognitivo, afán universalista, escepticismo ponderado y desinterés. Y trabajar sobre la herencia recibida de otros que hicieron lo mismo. Algo de eso compareció estos días. Por supuesto, no cabe esperar que las soluciones a los retos de todos surjan de una asamblea. Una discusión democrática, por más pulcra que sea, no va a resolver los complicados problemas de diseño de las instituciones políticas y económicas que ocupan a los investigadores. De todos modos, hasta donde se me alcanza, tampoco hay doctores por el MIT entre los empresarios y banqueros que periódicamente cenan con el presidente del Gobierno para hacerles llegar sus preocupaciones, sin que necesiten levantar la voz. Y no les ponen un examen al entrar.
Félix Ovejero Lucas es profesor de Economía de la Universidad de Barcelo